Por Juan José Jordán 

Viña es una obra escrita por Sergio Vodanovic, importante dramaturgo de la generación del 50. Tres historias cortas, todas relacionadas de alguna manera con Viña y el choque de clases, tratado con humor y seriedad. Dos de ellas tienen lugar en el balneario mismo (El delantal blanco y Las exiliadas), mientras que la tercera (La gente como nosotros) se desarrolla en la carretera.

El delantal blanco describe una visita a la playa de una patrona acompañada de su empleada. La señora de pronto propone un intercambio de vestuario, para saber cómo se ve el mundo desde un delantal de empleada. Así, se produce un juego de roles que de alguna manera cuestiona la noción de identidad. Por su parte, Las exiliadas, retrata la relación entre una mujer adulta mayor y su hija. La madre observa con horror el modo en que la playa de pronto dejó de ser el lugar exclusivo de la aristocracia y comenzó a ser tomado por los otros. Su temor llega incluso al otro mundo: no vaya a ser cosa que San Pedro los deje entrar y se terminen tomando el cielo. Su hija todo el tiempo hace ejercicios; cada vez que habla está elongando y haciendo posturas de yoga, lo que da dinamismo a la interacción. Por último, La gente como nosotros plantea el inesperado encuentro que tienen cuatro personas cuando el colectivo que los llevaba de regreso a se queda en panne en la carretera; una pareja de aristócratas, un tipo canchero que se dedica a la noche y sus derivados, y una estriptisera.

Este es un trabajo que comenzó en pandemia, con ensayos por Zoom para montar virtualmente El delantal blanco. Luego, surgió la idea buscar el resto de la trilogía para hacer un trabajo audiovisual y presentar cada una por separado de forma virtual, junto a Corpartes. Esta es la primera vez que montan el conjunto en su totalidad. Y, dicho sea de paso, la primera vez que se exhibe completa desde su estreno, que tuvo lugar en 1964, bajo la dirección de Domingo Tessier. Héctor Morales, director de la obra, cuenta lo mucho que les costó encontrar el resto del conjunto; a pesar de ser material que se utiliza en las escuelas de teatro y de ser él un afamado dramaturgo, cuesta mucho dar con ellas. (Dato: para quien quiera leer esta y otras creaciones del autor, Ril Editores publicó una antología bastante completa de Vodanovic, que incluye Viña.)

La puesta en escena asume riesgos, tomando libertades que, por lo general, aportan en fluidez. Esto se aprecia, por ejemplo, en la decisión de haber presentado las dos obras que tienen lugar en la playa de forma simultánea, por fragmentos. Son piezas de pocos personajes, de modo que se pueden desarrollar sin problemas en los extremos del escenario, utilizando la iluminación para indicar en qué punto la obra que está al lado podrá continuar con el relato que había quedado en suspenso. Pero, de igual modo, con La gente como nosotros se genera una conexión: lo primero que ve el espectador es el camarín de la chica que se verá más adelante. Y de hecho, cuando termina, la vemos maquillándose ahí, preparándose para salir a escena. Estos detalles ayudan a dar una idea de conjunto, junto con aportar fluidez.

Así mismo, se incorporaron interesantes elementos audiovisuales, como una pantalla rectangular que proyecta imágenes abstractas que aportan en la creación del ambiente, así como un logrado trabajo sonoro. Entre los elementos de esta versión que no se adaptan bien al conjunto se puede mencionar el modo en que, en El delantal blanco, la patrona, con delantal, interactúa con su empleada desde el público, preguntándole a quienes están sentados si la que está en el escenario parece realmente una patrona. Además, el hecho que tenga el micrófono en las manos y se pasee por las butacas la asemeja un poco a don Francisco en Sábado Gigante. No funciona mucho, y se extiende un poco más de lo necesario la interacción entre la patrona y su empleada metamorfoseada.

Es de suponer que el tema de la amplificación de voz es algo a considerar en obras que se presentan en salas grandes, como es el caso de la sala de teatro de Corpartes. Pero es curioso la forma en que lo resolvieron: en las dos primeras obras aparece a ratos un micrófono que los personajes sacan de su atril, o bien se acercan a él por turnos, como miembros de alguna banda, como le sucede al personaje de Lewin cuando coquetea con uno de hombres de la playa. Al acercarse al micrófono están poniendo de manifiesto que están actuando, lo que atenta con el espíritu de la obra. Tampoco se justifica cuando los dos hombres que miran a la pareja conformada por Lewin y su madre comentan entre ellos lo que ven; fuera del hecho que están leyendo, lo que no tiene sentido y acerca automáticamente el espectáculo a una lectura dramatizada (al menos en esa parte), es el soporte mismo del texto que leen lo que desentona: unas hojas corcheteadas. Quizá algo integrado en el quehacer mismo de los personajes hubiera sido mejor opción. Además, Las exiliadas comienza con un monólogo del personaje interpretado por Gabriela Hernández y nunca se apoya en la lectura. Los detalles son importantes, igual como ocurre en las construcciones de las casas. No se trata de algo grave, ni que haga naufragar la obra. Pero mejor que no hubiera estado.

Será en La gente como nosotros cuando el espectador puede acercarse a la interioridad de los distintos personajes, escuchándolos a ellos directamente, no mediante la opinión de terceros. La escenografía tiene un aire cinematográfico, con una carretera que se extiende por las colinas dibujadas en la escenografía. Las dos parejas son muy distintas, marcando un contraste quizá imposible de superar. En cuanto se quedan detenidos los dos grupos se miran con desconfianza y prácticamente no cruzan palabra. Entre ellos sí hablan y así podemos escuchar el relato increíblemente triste cuando la chica cuenta lo que siente al caminar por el local, desnuda, en frente de gente a la que no le importa quién es ella ni qué le ocurre, así como cuando él cuenta lo que significa ganar dinero como lo hace y como tiene que guardar bien adentro sus sentimientos. Por otro lado, la otra pareja es un matrimonio duradero, pero que por esa obsesión de vivir como indica el código tácito de La gente como ellos, nunca se han comunicado verdaderamente, lo que hace que una serie de cosas reprimidas salgan de forma inesperada, en ese lugar y hora tan poco habituales.

Las actuaciones son convincentes y con amplio registro. La pareja madre-hija formada por Hernández-Lewin logra gran fluidez. Así, cuando su madre le pregunta por qué se ejercita tanto, le responden con intensidad que espera que se muera para poder vivir su vida y conocer a alguien. O la dupla formada por la patrona (Andrea García Huidobro) y su empleada (Carla Casali), en la que la primera se muestra dominante, soberbia; y su empleada sumisa, siempre mordiéndose la lengua para reprimir las ganas de contestar, lo que cambia cuando se pone las ropas de la señora, asumiendo su personalidad. La patrona nunca cambia realmente su voz ni personalidad, pero en su empleada el cambio es evidente. Esto permite ver la actualidad de la obra, problematizando la clase con algo tan simbólico como el delantal, el uniforme. Pero a lo mejor esto se puede extender a otros ámbitos. La pregunta, ¿Cómo se verá el mundo desde un delantal blanco?, se puede trasladar a todos los uniformes y al vestuario en general, que al final terminan por ocultar a la persona que permanece abajo. Las dos parejas que forman la tercera historia, La gente como nosotros (en el texto original es la segunda) tienen gran soltura y funcionan por el tremendo contraste que hay entre ellas. Jaime McManus en el papel de esposo, un tipo estoico, desapasionado, que sabe guardar sus emociones y no enganchar con las histerias de su mujer; Carla Casali en el papel de la esposa elaboró un personaje que es una señora desagradable y gritona, sin muchos matices; Nicolás Pavez, como el gigolo medio sinvergüenza logra un papel de un tipo cínico y frívolo, pero que guarda un gran dolor que expresa cuando está en confianza, así como Andrea García Huidobro, en el papel de la estriptisera, un personaje golpeado que tiene una gran tristeza acumulada, pero, al mismo tiempo, cierta alegría de lo que ha logrado.

Una obra rápida, de diálogos ingeniosos y mordaces, en donde hay risa, pero también dolor y eso sin recurrir a lugares comunes o efectismos. La puesta en escena fluye bien y se nota un trabajo de investigación para dotar al texto de un sentido más personal, aportando algo nuevo a una obra estrenada hace más de cincuenta años, que mantiene gran vigencia en nuestra sociedad.

Ficha técnica

Título: Viña

Dirección: Héctor Morales

Producción: Cristián Carvajal

Elenco: Gabriela Hernández, Blanca Lewin, Jaime McManus, Nicolás Pávez, Andrea García-Huidobro y Carla Casali.

Entre el 08 de junio y el 02 de julio en Teatro CA660, Corpartes.

Dirección: Rosario Norte #660, piso -2

Más información y venta de entradas en corpartes.cl

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​  Por Juan José Jordán  Viña es una obra escrita por Sergio Vodanovic, importante dramaturgo de la generación del 50. Tres historias cortas, todas relacionadas de alguna manera con Viña y el choque de clases, tratado con humor y seriedad. Dos de ellas tienen lugar en el balneario mismo (El delantal blanco y Las exiliadas), mientras
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